Lectura: Lucas 18:9-14

Luego de una cirugía de ojos, la doctora le dijo a mi esposa: “No mire hacia abajo durante las próximas dos semanas. No cocine, ni limpie”.  Por supuesto, las últimas instrucciones eran más fáciles de cumplir que la primera.  La instrucción nació del hecho de que las incisiones realizadas en la cirugía necesitaban cerrarse, y la doctora no quería que se aplicara alguna presión innecesaria al mirar hacia abajo.

El autor C. S. Lewis (1898-1963) escribió en su libro titulado Mero cristianismo, sobre otra clase de mirada hacia abajo que puede causarnos problemas: “En Dios hallamos a alguien que en todos sentidos es inconmensurablemente superior a nosotros. […]. Mientras seamos orgullosos no podemos conocer a Dios. El orgulloso siempre se cree por encima de los demás; y, claro, mientras estemos mirando hacia abajo no podemos ver lo que hay por encima de nosotros”.

Jesús también nos relató una parábola sobre un fariseo que se sentía superior a los demás. En una oración orgullosa, le dio gracias a Dios porque no era como los otros hombres (Lucas 18:11). Miraba despectivamente a los extorsionadores, los injustos, los adúlteros y los recaudadores de impuestos quienes también estaban orando en el templo. En cambio, el publicano sabía que era pecador delante de Dios y le rogaba que fuera misericordioso con él (v. 13).

El orgullo es un gran problema para todos. Dejemos de mirar a los demás hacia abajo, y veamos al Dios que está muy por encima de todos nosotros.

  1. No miremos con desprecio a ninguna persona, después de todo, la única diferencia que podría notarse es el resultado de una vida entregada a Dios, por lo que en lugar de desprecio debemos tener una mirada de misericordia y dispuesta a darse totalmente por otros.
  2. Elevemos nuestra mirada hacia Dios, sabiendo que luego debemos bajarla buscando a más personas que necesitan oír y saber del mensaje de salvación.

HG/MD

“Digo, pues, a cada uno de ustedes por la gracia que me ha sido dada, que nadie tenga más alto concepto de sí que el que deba tener; más bien, que piense con sensatez, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3).