Lectura: Mateo 25:31-40

Leyendo un artículo en redes sociales, me enteré de un programa que tiene por nombre: “simulacro de personas sin hogar”.

Este programa está hecho para personas adultas quienes pasan tres días y dos noches viviendo en las calles y durmiendo al aire libre, siendo totalmente dependientes de la bondad de extraños para suplir sus necesidades básicas.  Este programa es supervisado por profesionales que todo el tiempo están al tanto de los participantes para evitar cualquier complicación, y es sumamente difícil calificar para vivir la experiencia.

Una de las personas que participó dio su testimonio: “Un día lo único que comí fue un sándwich que me compró un extraño que me vio en el suelo”.  Luego continúo compartiendo que esa fue una de las experiencias más difíciles de su vida, pero que había impactado su visión acerca de los demás.

Al día siguiente de terminar el simulacro, este hombre fue a buscar entre las personas sin hogar a quienes lo habían ayudado en su prueba para tratar de hacer algo por ellos. Estas personas se sorprendieron y le dijeron que había sido muy valiente y agradecieron su interés por tratar de ver la vida como ellos la ven, por lo menos durante un corto tiempo.

Esta experiencia a pesar de que no es “real”, hace inevitable pensar en las palabras que dijo nuestro Señor con respecto a este tema: “…estuve desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a mí… De cierto les digo que en cuanto lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mateo 25:36, 40).

  1. Ya sea que demos una palabra de aliento a alguien que lo necesita, o alimentos que alivien el hambre de quien no tiene con qué suplir su necesidad, estos son algunos actos que evidencian nuestra misericordia por otros la cual a su vez es proporcional a nuestro agradecimiento con Dios.
  2. Debemos ser agradecidos por lo que tenemos y cuando podamos compartir con quien está pasando por una situación complicada; ellos no están viviendo un simulacro.

HG/MD

“Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia son salvos!” (Efesios 2:4-5).