Lectura: Juan 4:5-26

Uno de los privilegios que tenemos los creyentes es compartir el mensaje de salvación con otros.  Por supuesto, podemos aprender mucho del maestro de maestros Jesús, en su encuentro con la mujer samaritana.  Al hablar a solas con una mujer samaritana, el Señor ignoró todas las normas sociales debido al odio que tenían ambos pueblos; y que le pidiera de beber empeoró la situación.

Lo normal para la época era que todas las mujeres fueran en grupo por la mañana a sacar agua del pozo de su comunidad, pero, que esta mujer fuera sola a mediodía, implicaba que no era aceptada por las otras mujeres, o que sentía vergüenza pública.

En la conversación nos damos cuenta de su situación familiar complicada debido a sus múltiples parejas, y Él pudo también haberla condenado por su pecaminoso estilo de vida, sin embargo, no lo hizo.

Desgraciadamente, a diferencia de Jesús, estamos demasiado prestos a condenar, pensando que, si no condenamos determinado acto abiertamente, estamos apoyándolo.  Debemos aprovechar la situación para mostrar la verdad usando palabras sabias y por qué no, agregar un cumplido.

Para entender mejor esto, se nos cuenta de un creyente que iba en un viaje en tren. En una de las paradas subió una persona borracha; mientras subía decía la mayor cantidad de malas palabras que se pueden decir en un minuto, tambaleándose se sentó al lado del creyente.  Inmediatamente, le ofreció un trago de la bebida que estaba ingiriendo.  El creyente pudo haber condenado su condición, pero en lugar de ello le dijo amablemente: “No, gracias.  Veo que usted es un hombre muy generoso”.  Al oír esto los ojos del hombre se iluminaron.  Esto permitió que iniciaran una conversación mediante la cual el creyente pudo hablarle de Aquel que ofrece una bebida diferente, agua viva que en verdad satisface la sed de nuestra alma.  Antes de terminar el viaje, aquel hombre había comprendido su error y aceptó el regalo de salvación.

  1. Cuando compartas sobre tu fe, recuerda la eficacia de utilizar palabras sabias o una pregunta creativa que inicie la conversación, y por qué no, un cumplido en lugar de palabras de condenación.
  2. Amar a los perdidos es el primer paso para guiarlos a Cristo.  Recuerda, lo que debemos odiar es al pecado, no al pecador.

HG/MD

“Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Juan 4:14).