Lectura: Hechos 20:17-27

Resulta curioso que en el arte religioso se asocie al pelícano con el auto-sacrificio.  No obstante si se hace un estudio biológico de los hábitos de esta ave, nos encontramos con algunos datos un tanto contradictorios a la figura del sacrificio. Estos animales son conocidos por su costumbre de comer a costa de otros, es común verlos intentando robar las presas casadas por otras aves más pequeñas y es muy normal entre los pescadores tratar a estas aves con desprecio, pues a menudo intentan robar los pescados en su camino del agua al bote.

Pero esta leyenda sobre el auto-sacrificio nace a raíz de una mancha de punta roja que tienen en el pico muchas de estas aves.   Muy antiguamente existía la creencia, de que cuando una mamá pelicana, no podía encontrar comida para sus crías, esta se metía el pico en su pecho y las alimentaba con su propia sangre.  Los creyentes de la iglesia primitiva pensaron que esta leyenda era una imagen hermosa comparable a lo que Cristo hizo por nosotros y lo que nosotros como muestra de agradecimiento debemos hacer por otros.

De una forma similar, Pablo nos insta a tener una actitud abnegada debido a nuestra fe, cuando escribió las siguientes palabras: “Sin embargo, no estimo que mi vida sea de ningún valor ni preciosa para mí mismo, con tal que acabe mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).

Al igual que la verdadera forma de ser del pelícano, a nosotros nos caracteriza más que el servicio, la codicia y el ego; no obstante esto puede cambiar, recordemos que gracias a la fe en el sacrificio que Cristo realizó, somos transformados; y a medida que crezcamos en nuestra relación con Él, su Espíritu Santo quien vive en nosotros, nos enseñará a vivir cada vez más a su servicio y por ende de otros.

  1. Así que, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es el culto racional de ustedes (Romanos 12:1).

 

  1. Más que compararnos con un pelicano, comparémonos con Cristo e imitémoslo. “Sean ustedes imitadores de mí; así como yo lo soy de Cristo” (1 Cor. 11:1)

HG/MD

“No se conformen a este mundo; más bien, transfórmense por la renovación de su entendimiento de modo que comprueben cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Romanos 12:2)