Lectura: 1 Corintios 3:9-15
Hace algún tiempo un amigo fue a limpiar una vieja bodega que le había pertenecido a su abuelo, de quien guardaba muy buenos recuerdos. Al entrar, vio muchos archivos médicos, títulos, y reconocimientos por una extraordinaria labor realizada.
Ya era tarde, así que tuvo que detener su trabajo hasta el día siguiente, cuando iniciaría con la organización y empaque de los viejos recuerdos de su abuelo para ubicarlos en un lugar más apropiado. Su sorpresa llegó a la mañana siguiente cuando regresó y se dio cuenta que todo había ardido en llamas debido a un corto circuito, razón por la cual la vieja bodega había desaparecido totalmente.
Todo se había quemado, tan sólo habían quedado los buenos recuerdos que mi amigo guardaba en su mente, así como todas las obras que había realizado su abuelo, las cuales habían traído consuelo y alivio a todos los pacientes beneficiados con la atención de aquel médico.
Esta situación me hizo pensar en que todos los creyentes tenemos que comparecer ante el Tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10), y todas nuestras “obras” pasarán por la misma prueba; al fuego sobrevivirá solamente lo que tiene valor eterno, tal como lo describe acertadamente el apóstol Pablo: “la obra de cada uno será evidente, pues el día la dejará manifiesta. Porque por el fuego será revelada; y a la obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará” (1 Corintios 3:13).
- Aquella noche el fuego se llevó muchos de los recuerdos de aquel hombre, pero se salvó lo más importante, los recuerdos y su buena práctica médica. Al igual que este hombre, nosotros debemos aprovechar todas las oportunidades de hacer lo correcto, de llevar a cabo acciones con valor eterno, como lo es, compartir nuestra fe con otros.
- Vive siempre como si hoy mismo tuvieras que comparecer ante el Tribunal de Cristo.
HG/MD
“Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba según lo que haya hecho por medio del cuerpo, sea bueno o malo” (2 Corintios 5:10).