Lecturas: Jeremías 2:13-22; 1 Juan 1:7-9

Estaba cansado ya que había regresado de una gira por varios pueblos; cuando llegué a la casa saqué la ropa sucia y la puse directamente en la lavadora, sin darme cuenta de que en una de las camisas iba un bolígrafo de tinta roja el cual en algún momento del ciclo de lavado o secado, explotó manchando toda la ropa, no hubo blanqueador que pudiera remover aquellas manchas.

Mientras veía la pila de ropa manchada, recordé las palabras del profeta Jeremías en el Antiguo Testamento, cuando describió los efectos del pecado; el pueblo se había vuelto a sus antiguos ídolos (Jeremías 2:13) y lo describió de la siguiente manera: “Aunque te laves con lejía y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá delante de mí” (v.22).  Por ningún medio humano aquella mancha realizada por el pecado se borraría de ellos.

Pero, lo que es imposible para los seres humanos, es posible para el único que podía limpiar la terrible mancha del pecado que había en nosotros, y lo hizo posible mediante su muerte en la cruz y posterior resurrección: “anhelo conocerlo a él y el poder de su resurrección, y participar en sus padecimientos, para ser semejante a él en su muerte” (Filipenses 3:10).

  1. No hay mancha provocada por el pecado que nuestro Señor Jesús no pueda borrar por completo, hoy que recordamos su Resurrección, puede ser el primer día de una vida limpia gracias a Él.
  2. Gracias Señor por tu inmerecida gracia para con un pecador que una vez estuvo perdido y fue encontrado por tu amor.

HG/MD

“Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).