Lectura: 1 Corintios 6:12-20

Se cuenta la historia de una aldea que estaba situada en la cima de una montaña.  Además de ello contaba con una muralla bastante grande que la protegía.  Por supuesto, había una puerta por la cual entraban y salían sus habitantes y que mantenía a los extraños indeseables fuera.

La muralla además de protegerlos contra los enemigos, servía como cerco para que los niños jugaran sin temor de caer por los precipicios que rodeaban la ciudad, y con sus risas llenaban cada rincón de aquella pequeña aldea.

Pero, un día en una reunión del consejo de la aldea, algunas personas se quejaron de que la muralla los restringía. Pensaban que no podían deambular libremente. Otros no estaban de acuerdo. Luego de muchos días de acalorado debate y deliberaciones, el consejo finalmente decidió derribar la muralla que los protegía.

No pasó mucho tiempo para que las cosas comenzaran a cambiar, empezaron a visitarlos extraños y los robos que nunca sucedían empezaron a darse.  Las personas comenzaron a construir murallas en sus casas para salvaguardar las propiedades.  Se volvieron menos confiados y menos abiertos. Además de esto, varios niños resultaron heridos al caer por el precipicio mientras jugaban, entonces debido a ello los padres comenzaron a prohibir a sus hijos que salieran. Finalmente, la aldea se volvió más callada y ya no se escuchaban risas por sus calles.

Quizás tengamos la idea de que la libertad significa que no hay límites. Sin embargo, irónicamente la mayoría de las veces disfrutamos de libertad sólo detrás de muros, y existe uno establecido por el Dios omnisciente y omnipotente para protegernos y no simplemente para atarnos. Estos límites se encuentran en la Palabra de Dios y han de observarse en nuestra vida.

Los creyentes hemos encontrado la libertad en Jesús, pero no sin límites. No somos libres de hacer todo lo que nos gustaría hacer.  El ejercicio de nuestra libertad cristiana nunca debe convertirse en una piedra de tropiezo para los débiles. En 1 Corintios 6:12 el apóstol Pablo nos recuerda que nuestra libertad no debe hacer que actuemos sin autocontrol, o que respondamos de una manera equivocada.

  1. ¡Disfrutemos de nuestra libertad y también apreciemos los límites que Dios nos ha dado!
  2. Nuestra libertad no es una excusa para pecar, sino una oportunidad para mostrarle a Dios cuán agradecidos estamos y cuánto le queremos servir (Mateo 20:26).

HG/MD

“Todas las cosas me son lícitas, pero no todo me conviene. Todas las cosas me son lícitas, pero yo no me dejaré dominar por ninguna” (1 Corintios 6:12).