Lectura: Génesis 27:35-41

Una vez alguien me dijo lo siguiente: “No me presentes a esa persona.  Quiero seguir odiándola, y puedo odiar a quien no conozco”.  Esta simpática pero irónica frase, muestra algunas de las inexplicables actitudes que tenemos los seres humanos; el odio nos roba posibilidades de conocer mejor o desarrollar relaciones más estrechas con los demás.

En nuestra lectura de hoy encontramos un ejemplo de ese tipo de malas actitudes que nos roban la paz con otras personas. Jacob engañó a su hermano y le robó su primogenitura, y por supuesto sucedió lo esperable, Esaú se enojó con su hermano, y lo que decidió hacer con ese odio destruyó por muchos años cualquier oportunidad de relacionarse con él.

Los rencores pueden afectar cualquier espacio de nuestras vidas, por ejemplo en el trabajo cuando a causa de ello tenemos problemas con compañeros, en el hogar como fue el caso de Esaú y Jacob, con nuestra pareja o con algún hermano de nuestra iglesia local.

En lugar de guardar rencor debemos presentar nuestra molestia delante del Señor, explicando nuestros sentimientos y pidiéndole a Dios que nos ayude a ser libres de esa situación; esto en muchos casos implica que nosotros demos el primer paso para acercarnos a la persona con la cual estamos enojados, a fin de mostrarle nuestra disposición para perdonar debido al amor de Cristo que nos impulsa (Fil.2:13).

  1. El motivo de nuestro enojo se desvanecerá, cuando realicemos actos de buena voluntad hacia la persona a quien le guardamos rencor.
  2. El enojo es una emoción que no mejora cuando lo alimentamos.

HG/MD

“Porque Dios es el que produce en ustedes tanto el querer como el hacer para cumplir su buena voluntad.” (Filipenses 2:13)