Lectura: Lamentaciones 3:19-27

El 14 de febrero de 1884, la esposa de Theodore Roosevelt, Alice, murió al dar a luz a su hija, a la cual también se la llamó Alice.  Roosevelt quedó tan consternado por la pérdida de su esposa que nunca más volvió a hablar de ella. Pero recordatorios de su ausencia perseguían a la familia. Debido a que la recién nacida llevaba el mismo nombre que su madre, ahora se la llamaba “Hermana” – nunca Alice.  El día de San Valentín, la fiesta de los enamorados, muy pocas personas en la casa de Roosevelt se sentían inclinados a celebrarlo o a celebrar el cumpleaños de Hermana. Los corazones destrozados hacían que los ánimos estuvieran tensos y estoicos.

Enterrar nuestros sentimientos no ayuda, pero lamentarse en oración sí. El corazón de Jeremías estaba destrozado por la desobediencia de Israel y por el cautiverio babilonio que siguió. Los recuerdos de la destrucción de Jerusalén lo perseguían (Lm. 1-2). Sin embargo, él había aprendido cómo lamentarse. Identificó lo que le causaba sufrimiento, comenzó a orar, y dejó que sus lágrimas corrieran. Pronto, su enfoque se trasladó de su pérdida a la gracia firme de la provisión del Señor. “Que las misericordias del SEÑOR jamás terminan, pues nunca fallan sus bondades son nuevas cada mañana; ¡grande es tu fidelidad!” (3:22-23). El dolor le cedió el paso al agradecimiento.

Aprender a lamentarnos puede darnos una visión fresca de esperanza y comenzar el proceso de sanidad y restauración.

1. Identifica la causa de tu sufrimiento, llora si es necesario, pero no olvides orar por ello.

2. Pasaste por la rabia, el sufrimiento y el remordimiento,  ahora levántate y continúa caminando, pídele a Dios que refresque tu visión y te dé nuevos brios.

“Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró,

y dijo:
Desnudo salí del vientre de mi madre
y desnudo volveré allá.
El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó;
bendito sea el nombre del SEÑOR.

En todo esto Job no pecó ni culpó a Dios.”  – Job 1:20-22

NPD/DF