Lectura: Hechos 13:45-52

Dicho en pocas palabras, la envidia es un resentimiento que vive en nuestro ser, debido a las cualidades, cosas o posiciones que tienen otras personas.  En la Biblia encontramos múltiples ejemplos de esta situación: Raquel envidiaba a Lea porque ella tenía hijos (Gén.37:11).  Los hermanos de José, lo envidiaban por el favoritismo que aparentemente su padre tenía para con él. (Gén.37:11).  En el texto que leímos hoy, los judíos estaban opuestos a la predicación de Pablo tan sólo por razones de envidia: “Y cuando los judíos vieron las multitudes se llenaron de celos, y blasfemando contradecían lo que Pablo decía” (Hechos 13:45).

Cualquier cosa que una persona considere como una ventaja sobre otra, puede desencadenar este sentimiento, por ejemplo: la popularidad, la apariencia, la inteligencia, un buen empleo y hasta la madurez espiritual que pueda tener alguien.  Ni los creyentes más consagrados se escapan a la sutil tentación de la envidia.

Se cuenta la historia de un gran predicador, quien aglomeraba multitudes que querían escuchar sus conmovedores y sensatos sermones.  Sin embargo, con el tiempo llegó a la ciudad otro predicador que también hacia excelentes exposiciones de las buenas nuevas de la Palabra de Dios, y muchas personas también iban a escuchar sus prédicas.  De momento, el primer predicador sintió envidia de este segundo predicador, más luego pensó nuevamente en la situación  y declaró las siguientes palabras: “La única manera en la que puedo vencer mis sentimientos es orando por él todos los días, lo cual hago”.

Si en realidad queremos limpiar nuestros corazones de la horrible envidia, lo primero que debemos hacer es reconocer que somos presa de ese sentimiento y en el mismo momento decirle a Dios que nos ayude a desterrarla de nuestra vida.  Si persiste, debemos empezar a orar por la otra persona.  Sabremos que estamos logrando la victoria sobre este sentimiento, cuando nos empecemos a sentir felices por las buenas cualidades de los demás.

  1. En un corazón lleno de amor no cabe la envidia.

 

  1. ¿Qué estás esperando? Empieza a orar.

HG/MD

“Que no hablen mal de nadie, que no sean contenciosos sino amables demostrando toda consideración por todos los hombres” (Tito 3:2).