Lectura: Salmos 95:1-11

Dentro de la cultura griega y romana antigua se negaban a arrodillarse como parte de su adoración.  Creían que arrodillarse era algo indigno de un hombre libre.  Aristóteles lo consideraba como una forma barbárica de comportamiento; por otra parte, Plutarco y Teofrasco lo veían como algo supersticioso, así que, en resumen, creían que se trataba de algo que sólo practicaban los bárbaros y esclavos.

Por otra parte, los creyentes vemos este asunto de una manera diferente; en Salmos 95:6, el salmista compartió lo siguiente: “¡Vengan, adoremos y postrémonos! Arrodillémonos delante del Señor, nuestro Hacedor”; lo anterior expresa una profunda reverencia a Dios.

En este verso el salmista utiliza tres palabras hebreas para expresar lo que debía ser una actitud y la posición de un verdadero adorador.

La primera que usa es “adoremos”, que literalmente significa caer postrado como muestra de honra al Señor, mostrando nuestra fidelidad a Él.  La segunda palabra es “postrémonos”, que significa caer de rodillas, dejando ver nuestro respeto y adoración al Señor.  La tercera palabra: “arrodillémonos”, literalmente significa doblar nuestras rodillas como forma de alabanza a Dios.

Este principio nos comunica que debemos reconocer con nuestro cuerpo inclinado de rodillas, que reconozcamos ante quien estamos: Dios.  Esta no es una forma barbárica de comportamiento, ni una superstición, es una muestra de nuestra gratitud y respeto.

  1. Algo que debemos tener claro es que, más que una postura física, lo importante es una postura humilde del corazón.
  2. Nuestra actitud a la hora de adorar a Dios siempre será más importante que nuestra posición a la hora de adorar, pero, si realmente sabemos ante Quien estamos, nuestra actitud natural será la de arrodillarnos y adorarlo.

HG/MD

“¡Vengan, adoremos y postrémonos! Arrodillémonos delante del Señor, nuestro Hacedor” (Salmos 95:6).