Lectura: Génesis 3:1-13

Un empleado estatal quien trabajaba en la recolección de basura de una importante capital, estaba demandando a su propia ciudad por daños y perjuicios, luego de que al dar marcha atrás chocara su propio automóvil contra el camión de basura que él mismo había estado conduciendo.

El hombre argumentó que, debido a que el vehículo de la ciudad dañó su automóvil particular, la ciudad le debía al menos 5.000 dólares en reparaciones.

Con todo y lo ridícula que suena esta demanda, muestra parte de nuestra humana forma de pensar, echarles siempre la culpa a otros, lo cual nos ha acompañado desde el inicio de los tiempos.

No debemos olvidar que cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, sus ojos fueron abiertos, y conocieron el bien y el mal, de tal forma que perdieron su inocencia.  Es por ello que cuando Dios les realizó la sencilla y simple pregunta: “¿Dónde estás tú?” (Génesis 3:9), la respuesta fue esconderse de la presencia de Dios.

Pero Dios siguió su interrogatorio, y siendo aún más incisivo preguntó: “¿Acaso has comido del árbol del que te mandé que no comieras?” (Génesis 3:11).  Y luego de esto las cosas se pusieron peor, pues empezó el juego de culpas: “La mujer que me diste por compañera, ella me dio del árbol, y yo comí.” (Génesis 3:12). Y la mujer por su parte le dijo: “La serpiente me engañó, y comí.” (Génesis 3:13).  El hombre le echó la culpa a la mujer, mientras que ella se la echó a la serpiente, cuando realmente debían de culparse a sí mismos.  Desde el jardín del Edén, tenemos la horrible tendencia de buscar excusas para nuestras fallas y huir de nuestras responsabilidades, en lugar de asumir con valentía nuestras equivocaciones.

  1. Nuestro deber cuando pecamos es asumir la responsabilidad, tal como lo hizo David en su momento: “Confesaré mis rebeliones al Señor”. “Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:5).
  2. El primer paso para levantarnos de nuestras caídas es asumir nuestras culpas, arrepintiéndonos de nuestros errores.

HG/MD

“Quita mi pecado con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve.” (Salmos 51:7).