Lectura: Eclesiastés 2:1-11

Uno de los mejores ilusionistas de la historia es Harry Houdini (1874-1926), y uno de sus actos preferidos eran los escapes; se escapaba de camisas de fuerza, de cofres pendiendo de rascacielos, o hundidos en el agua; para el público de su época, Houdini debió haber parecido como alguien invencible, y por eso nadie se hubiera imaginado lo que finalmente lo vencería.

Después de una charla en Montreal, Canadá, mientras conversaba con un grupo de jóvenes estudiantes y les decía que los músculos de su estómago eran tan fuertes que podían soportar cualquier golpe, de manera inesperada y sin ningún tipo de aviso, uno de los jóvenes lo golpeó dos veces en su abdomen, lo cual ocasionó que 12 días después muriera a consecuencia de un sangrado interno.

Al rey Salomón también debieron haberlo visto como alguien invencible.  Nunca nadie antes que él había sido tan exitoso y poderoso en Israel (Eclesiastés 2:4-9).  Era el hombre más sabio y rico; pero nada de eso podía suministrar un escape del golpe más potente de todos: la muerte (2 Crónicas 9:30-31).

Y es que la muerte es un hecho del que ninguno de nosotros puede escapar, a menos que Jesús regrese en nuestro tiempo (1 Tesalonicenses 4:13-18). Hasta algunas personas de la época del Nuevo Testamento, creían que vivirían para ver a Jesús regresando a esta Tierra (Juan 21:22-23; 2 Tesalonicenses 2:1-4). Entonces, ¿qué consejo recibimos de la persona más inteligente de su época? “Todo lo que te venga a la mano para hacer, hazlo con empeño…” (Eclesiastés 9:10).

  1. Entonces, si sabes que Dios tiene un plan para ti y te ha dado sus dones, ¡hazlo! No esperes el momento “perfecto”. No retengas nada. Y hazlo de todo corazón. Entrégalo todo. Siempre esfuérzate lo más que puedas.
  2. Algunas personas saben que el fin se acerca, ya sea por una enfermedad o por ancianidad. Otras, nunca lo ven venir. No importa cómo o cuándo venga la muerte, lo que más importa son las decisiones que tomas todos los días.

HG/MD

“Hazme saber, oh Señor, mi final, y cuál sea la medida de mis días. Sepa yo cuán pasajero soy” (Salmos 39:4).