Lectura: Juan 16:7-15

En mi infancia crecí en un lugar muy cercano a un aeropuerto. Durante los primeros años de nuestra vida en ese sitio, solía despertarme varias veces con el ruido de los aviones que aterrizaban o despegan, o cuando un piloto volaba muy bajo durante su acercamiento a la pista de aterrizaje. Sin embargo, con los años me había acostumbrado tanto al ruido que producían los aviones que podía dormir toda la noche sin despertarme.

Pero, ¡hay otras interrupciones a las que no quiero acostumbrarme y que pasen desapercibidas!  Me encanta cuando me sorprenden con mi comida favorita, o cuando me abrazan mientras estoy trabajando en la computadora, y me llena de gozo cuando recibo un mensaje imprevisto de algún amigo o amiga.

A veces, somos tentados a acostumbrarnos a pasar por alto al Espíritu Santo en vez de prestar atención a sus “interrupciones divinas”. Quizás, nos sacude levemente para hacernos reaccionar y que nos demos cuenta de que debemos pedir perdón por algo que dijimos o hicimos. Tal vez nos recuerda insistentemente que oremos por alguien que está atravesando una crisis o nos hace sentir culpables de no haberle hablado nunca de Jesús a una persona que apreciamos.

  1. Cuando el Espíritu Santo entra a morar en nosotros, nos enseña, nos convence de pecado, nos consuela y nos guía a la verdad (Juan 14:16-17, 26; 16:7-8, 13). ¿Ya te acostumbraste a las interrupciones de su voz?
  2. Seamos sensibles a los llamados de atención que recibimos de Dios y no nos hagamos insensibles a su voz.

HG/MD

“Pero yo les digo la verdad: Les conviene que yo me vaya; porque si no me voy el Consolador no vendrá a ustedes. Y si yo voy, se lo enviaré” (Juan 16:7).