Lectura: Hebreos 10:1-18
La palabra sacrificio puede que traiga a nuestra mente innumerables imágenes. Por ejemplo, una familia que se ajusta a un presupuesto estricto para poder enviar a sus hijos a la universidad, o la acción incomprensible de un soldado que se lanza sobre una granada para recibir él solo todo el impacto de la explosión y salvar la vida de sus compañeros.
Sin embargo, esos grandes sacrificios no se comparan ni remotamente con lo que nuestro Salvador hizo por nosotros en la cruz. Su sacrificio fue perfecto e irrepetible. Jesús sufrió y murió: “por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Debido a su muerte y resurrección, todos los que aceptan su oferta de salvación reciben perdón completo y vida eterna” (Juan 3:16).
En Hebreos 10, la Palabra de Dios nos habla de las ofrendas de animales en el Antiguo Testamento y las compara con la muerte de Cristo. En Hebreos 10:4 dice: “porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados”. Aquellos antiguos sacrificios señalaban inexorablemente la necesidad de la muerte de Cristo.
El sacrificio sustitutivo de Jesús brinda plena salvación a quienes han depositado su confianza en Él.
- ¡Tenemos un gran Salvador: Jesús!
- Creer que Cristo murió es historia, pero creer que Cristo murió por ti, ¡eso es salvación!
HG/MD
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda más tenga vida eterna” (Juan 3:16).





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