Lectura: 1 Timoteo 6:6-19

Trabajamos para conseguirlo, lo ahorramos, lo gastamos, lo usamos para satisfacer nuestros deseos terrenales y, después, queremos tener más. ¿De que estamos hablando? Del dinero.

Nuestro Señor sabe muy bien que para los seres humos el dinero es una fuente de peligro constante, ya que causa mucha distracción. Jesús enseñó más sobre este tema que sobre cualquier otro asunto.   Por ejemplo, 16 de las 38 parábolas de Cristo, lo cual equivale a un 42%, hablan de cómo las personas deben manejar los tesoros terrenales.

Jesús nos advirtió que confiar en las riquezas y usarlas para conseguir poder, bloquea nuestras arterias espirituales con más rapidez que la mayoría de los demás impedimentos para el crecimiento cristiano.

Es por eso que al narrar la historia del “rico insensato”, sin duda avergonzó a sus oyentes porque ellos no eran ricos para Dios (Lucas 12:13-21), lo cual indica que la definición divina de la riqueza es sumamente diferente a la de casi todos nosotros.

Entonces, ¿qué significa ser rico para Dios? Pablo nos dice que los ricos no deben presumir de sus posesiones, “ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas” (1 Timoteo 6:17). En cambio, tenemos que ser “ricos en buenas obras, que sean generosos y dispuestos a compartir” (v. 18).  El problema no es el dinero, sino cómo lo utilizamos de manera que sea una herramienta para vivir de una forma que agrade a Dios (1 Timoteo 6:8).

  1. Tal vez lo más importante de esta enseñanza es que Dios mide la riqueza por la calidad de nuestras vidas espirituales, y por cuan generosos somos siendo de bendición para otros.
  2. Nuestra seguridad y reputación nunca dependerán del saldo en nuestra cuenta bancaria, sino de Dios y cómo Él nos mueve a ser instrumentos de su gracia.

HG/MD

“Que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, que sean generosos y dispuestos a compartir” (1 Timoteo 6:18).