Lectura: Jeremías 23:25-40
Hace ya algún tiempo, unos amigos que tienen una cabaña en el bosque, nos invitaron a pasar un fin de semana en el lugar. La cabaña está totalmente equipada con una linda chimenea incluida, y como empezaba a hacer un poco de frío salimos para traer madera; pero, cuando llegamos al cobertizo nos dimos cuenta que ya no había casi nada.
Recordamos que, en uno de los senderos cercanos a la casa, habíamos visto un árbol caído cuya leña podía servirnos, así que fuimos a buscarlo con un par de hachas. Al llegar, rápidamente cortamos la parte más delgada del tronco, pero cuando llegamos a la base nuestras hachas ya no servían, pues se quedaban trabadas en la madera; a pesar de que estaban afiladas no eran lo suficientemente pesadas y nosotros no éramos lo suficientemente fuertes para partir esa clase de madera.
Luego de media hora de frustración, mi amigo recordó que tenía en su casa una sierra eléctrica grande y pesada, fue por ella y al poco tiempo había una pila de madera cortada secándose, no sólo para esa noche, sino para los siguientes meses; finalmente utilizamos la herramienta correcta.
En ocasiones tratamos de hacer la obra de Dios utilizando la herramienta equivocada. Nos encanta dar nuestras opiniones para ayudarles a los demás con algún problema, pero pasa el tiempo y no vemos cambios, hasta que buscamos y aplicamos la verdad de Dios a la situación que enfrentan.
En nuestra lectura devocional, leímos que el profeta Jeremías condenó a los falsos profetas que había en Israel porque estaban usando las herramientas equivocadas: su “sabiduría”, sus sueños y visiones, tratando de influenciar al pueblo, en lugar de buscar dirección en el lugar correcto: en Dios (Jeremías 23:16;25-27;31-32).
- Utilicemos la herramienta correcta: el poder, sabiduría y autoridad que encontramos en la Palabra de Dios.
- Cualquiera puede dar su opinión, pero la verdad absoluta reside sólo en Dios.
HG/MD
“¿No es mi palabra como el fuego y como el martillo que despedaza la roca?, dice el Señor” (Jeremías 23:29).