Lectura: Lucas 7:37-49

Vivimos en tiempos de cambio; no obstante, una vez un amigo me dijo lo siguiente: “En todos estos años, he visto cambiar muchas cosas, ¡y siempre estuve en contra de los cambios!”.  Quizás exageró un poco, pero muchos coincidiremos que a la mayoría no nos gustan los cambios, sobre todo si estos afectan o modifican nuestros hábitos y actitudes.

Esta fue una de las principales razones por las cuales los fariseos estaban tan enojados y criticaban tanto a Jesús.  El Señor llegó a cuestionar el sistema tradicional de buenas obras y superioridad moral al que estaban acostumbrados. 

En nuestra lectura devocional en Lucas 7, leímos un incidente donde una “pecadora” del pueblo, entró en la casa de uno de los “santos” líderes religiosos.  Al fariseo Simón le resultó totalmente molesta la generosa demostración de afecto de esta mujer pecadora hacia Jesús.

Al ver las actitudes de superioridad de Simón, el Señor de inmediato cuestionó el concepto erróneo del fariseo sobre su propia bondad; entonces, relató la historia de dos deudores: uno que le debía mucho al amo y otro que le debía menos. Cerró con una pregunta que evidencia el principio que desea, todos comprendamos: “¿Cuál de ellos le amará más?” (v. 42). La respuesta lógica es: aquel a quien se le ha perdonado más.

Refiriéndose a la actitud de: “Estoy muy contento conmigo mismo” de Simón, el Señor dijo: “Aquel a quien se le perdona poco, poco ama” (v. 47).

El principio que debemos comprender es sencillo: tendemos a tener la idea de “cuán buenos somos”, lo cual provoca que nuestro amor hacia Jesús disminuya, debido a que olvidamos que estamos también entre aquellos a quienes: “muchos pecados le son perdonados”.  Cuando comprendamos este principio, estemos listos o no: ¡será el día para cambiar!

  1. Cuando Dios comienza a cambiar cosas, por lo general empieza con nosotros.
  2. Danos Señor un corazón suave para aceptar tu voluntad.

HG/MD

“Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26)