Lectura: Mateo 14:23-33

Una vez estaba hablando con un creyente quien también era un hombre de negocios, sobre algunos problemas que tenía en su equipo de trabajo; tenían problemas de divisiones, malas actitudes e incluso algunos de ellos habían llegado hasta las ofensas.

Luego de una hora de contarme su complicada vida empresarial, le dije lo siguiente: “¿Y si le pedimos a Jesús que nos ayude con esta situación?”  Transcurrieron 5 minutos de silencio y algo pasó, ambos sentimos que la paz de Dios estaba con nosotros, entonces de una forma más relajada volvimos a hablar sobre sus problemas, pero ahora teníamos una mejor percepción de cuales serían algunas soluciones a esa difícil situación, todo esto gracias a la guía y presencia de nuestro Señor en la conversación.

Pedro, el discípulo de Jesús, también necesitó muchas veces la presencia consoladora de nuestro Señor, por ejemplo, cuando navegaban por el mar de Galilea y los sorprendió una tormenta, de la cual no creían salir con bien, en ese momento apareció Jesús caminando sobre el agua, y con su voz tranquilizadora les dijo: “¡Tengan ánimo! ¡Yo soy! ¡No teman!” (Mateo 14:27).

En ese momento, el impulsivo Pedro le preguntó a nuestro Señor si podía unirse con Él, al inicio todo iba bien y dio algunos pasos sobre las aguas, pero en un momento distrajo su mirada del Señor y empezó a ver su alrededor, hacia la tormenta, el agua embravecida y el peligro.  En su mente posiblemente apareció la duda y la incapacidad humana para perseverar, y por supuesto comenzó a hundirse y clamó: “¡Señor, sálvame!” (v.30).

Al igual que Pedro, debemos entender en quién hemos confiado y sobre todo a aprender a no desviar nuestra mirada de Él.

  1. El Señor te acompaña en los momentos apacibles, así como en las tormentas de la vida.
  2. Enfoca tu mirada en el Señor y podrás caminar sin importar cuán inmensas sean las tormentas que atravieses.

HG/MD

“En seguida Jesús les habló diciendo: ¡Tengan ánimo! ¡Yo soy! ¡No teman!” (Mateo 14:27).