Lectura: Salmos 46:1-11

En algún momento de tu vida, ¿has tenido una pesadilla en la cual vas cayendo desde un lugar muy alto y te despiertas del susto?  Si te ha pasado eso, seguro pasaste algunos minutos tratando de tranquilizarte.

Un creyente, experimentaba esa situación todas las veces que dormía; eso lo mantenía en un estado de estrés constante y con miedo de morir en cualquier momento.

Entonces, una vez mientras asistía a un funeral, le llamó la atención una frase grabada en una de las lápidas:

“Al fin en Sus Brazos Eternos”

Esas sencillas palabras lo hicieron recordar que, cuando un creyente muere, llega ante la presencia del Señor “…ausentes del cuerpo, y estar presentes delante del Señor” (2 Corintios 5:6-8). Pero esa no es nuestra única esperanza, aún acá en la tierra podemos decir como el salmista: “Aunque ande en valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo. Tu vara y tu cayado me infundirán aliento.” (Salmo 23:4).

Al entender esta verdad, quien una vez fue un temeroso hombre, comprendió que ya sea en la vida o en la muerte, o incluso durante el sueño, el Señor está presente y lo sostiene en sus “brazos eternos”, “Porque andamos por fe, no por vista” (2 Corintios 5:7).  Así que, desde aquella noche pudo dormir como no lo había hecho durante años, y posiblemente experimentó lo mismo que sintieron aquellos niños a quienes Jesús tomó en sus brazos, bendiciéndolos (Marcos 10:16).

  1. Señor, enséñanos a vivir de tal manera que no importen las circunstancias; que podamos tener la certeza de que tú estás aquí a nuestro lado.
  2. “La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). 
  3. La esperanza de todos los que hemos puesto nuestra fe en Él, es que un día estaremos en Sus brazos eternos.

HG/MD

“El eterno Dios es tu refugio, y abajo están los brazos eternos. Él echará de delante de ti al enemigo…” (Deuteronomio 33:27)