Lectura: 1 Reyes 19:1-10

En la película del año 2000, “El Náufrago”, el personaje Chuck Noland, quien es un especialista en producción obsesionado con el tiempo de una mayorista de los servicios de entregas, llevado a la pantalla por Tom Hanks, se desplaza a diferentes oficinas de esta empresa a lo largo del mundo, para solucionar problemas de logística; sin embargo, en una de esas visitas sufre un accidente de aviación, con la tragedia de que solo él sobrevive y llega a una isla deshabitada, dejando tras de sí la civilización con todas sus comodidades. 

De la noche a la mañana Chuck se ve obligado a desarrollar habilidades de supervivencia, hacer fuego con palitos, pescar con un rudimentario arpón, y beber agua de cocos.  La película trata de que comprendamos cuán difícil puede llegar a ser la vida, si nos retiran las “cosas” a las que estamos acostumbrados en este mundo, al quedarnos atrapados en una isla solitaria o en un desierto.

En la Palabra de Dios también se usa el ejemplo de los desiertos, para enseñarnos que este tipo de lugares son los que nos permiten aprender las grandes lecciones de la vida.  Jesús tenía la costumbre de retirarse al desierto para orar y recibir dirección (Marcos 1:35).  No podemos olvidar que también en un desierto Dios alimentó al abatido Elías con alimento celestial (1 Reyes 19:1-10), y asimismo fue en un desierto donde el etíope pudo entender, con la ayuda de Felipe, las grandes verdades del Evangelio (Hechos 8:26-40).  Igualmente, el apóstol Pablo usó este recurso luego de su conversión, se retiró al desierto de Arabia, y fue allí donde recibió instrucción de Dios (Gálatas 1:15-18).

  1. Si sientes que estás pasando por un desierto en tu vida, no estás solo, el Señor está contigo, puede ser que Él te quiera enseñar lecciones específicas para tu vida, que no podrías aprender si estuvieras en medio de una multitud.
  2. Dios está contigo aun en el desierto más árido.

HG/MD

“Habiéndose levantado muy de madrugada, todavía de noche, Jesús salió y se fue a un lugar desierto y allí oraba” (Marcos 1:35).