Lectura: 1 Juan 1:1-10
Una mujer que estaba muy molesta me llamó hace varios años. Ella dijo que estaba al borde de un ataque de nervios. Al parecer, ella se había desviado de los caminos del Señor, pero ahora había vuelto a Él y realmente quería hacer Su voluntad. Los recuerdos de sus días de lejanía espiritual, frecuentemente volvían a ella. De tal forma que esto le afectaba y en ocasiones le era difícil aceptar el hecho de que Dios había perdonado sus pecados, y esto le robaba su paz y alegría. Sin embargo peor que eso, con su actitud lo que ella le estaba diciendo a Dios era: «No te creo. Que no acepto lo que me dices!»
Yo le dije, «Supongamos que una de sus amigas más queridas fuera una descuidada y rompiera un jarrón de su mejor porcelana. Esta persona sinceramente se sintió muy afectada, y se disculpó por no haber sido más cuidadosa. Le aseguras que no se preocupe, que no vas a tomar medidas en su contra, ni te resentirás. Ahora, ¿qué pensarías si cada vez que vieras a esa persona, ella te dijera lo tonta que había sido y de nuevo te pidiera perdón? Después de un tiempo probablemente te enojarías y le dirías: Escucha, pon ese asunto fuera de tu mente. Te he perdonado sinceramente, y yo no quiero que lo menciones de nuevo!'»
Dios también es fiel a Su Palabra, Él promete limpiarnos cuando reconocemos nuestros fracasos. Así que al confesar tus pecados al Señor, debes creerle que Él te ha perdonado.
1. Después de haberle pedido perdón a Dios por tus pecados, no trates de traerlos de vuelta.
2. Créele Él te ha perdonado, ahora te toca a ti perdonarte y trata de no pecar más.
Si afirmamos que no tenemos pecado, lo único que hacemos es engañarnos a nosotros mismos y no vivimos en la verdad; pero si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si afirmamos que no hemos pecado, llamamos a Dios mentiroso y demostramos que no hay lugar para su palabra en nuestro corazón. 1 Jn. 1:8-10. (NTV)
NPD/RDH