Lectura: Hebreos 11:8-16

Contaba un creyente conferencista, que el viaje a Siberia a Michigan le pareció interminable. “En realidad tardó 30 horas, hicimos cuatro paradas, pasamos por 3 aeropuertos diferentes y atravesamos muchas fronteras.
Al cabo de cierto tiempo estaba cansado del viaje. El asiento ya no era cómodo. El zumbido de los motores me distraía. Los aeropuertos comenzaban a parecerme iguales. Lo que me ayudó a soportar el viaje fue concentrarme en su final, llegar a casa.
Sin embargo, mi viaje a través de nueve husos horarios no fue nada comparado con lo que significaba viajar en los años 1800’s. En aquel entonces se necesitaban varios días para viajar de una ciudad a otra, aun en el mismo país. Un viaje de América al lejano Oriente tomaba varias semanas.”
El viaje hacia la madurez espiritual es también largo, pero no se hace hoy más rápido que lo que se hacía en el primer siglo. No existe ninguna tecnología que pueda acortar el viaje. Es fácil impacientarse. Cuando el camino se vuelve difícil y peligroso, nos cansamos. Parece que no hubiera descanso para nuestras almas fatigadas.
Es por eso que hemos de ser como Abraham, quien se centró en el destino prometido (Hebreos 11:8-10). Necesitamos mantener nuestros ojos espirituales fijos en la “patria celestial”, que nos espera (Hebreos 11:16) y en nuestro Señor que fue antes de nosotros (Hebreos 12:2). Cuando recordamos a donde nos dirigimos y que Cristo nos espera, podemos soportar cualquier cosa que encontraremos en el camino.
1. Mantén la mirada fija en el galardón.
2. Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una enorme multitud de testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr, especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. – Hebreos 12:1 – NTV

NPD/DCE