Lectura: Deuteronomio 4:32-40

Una vez un profesor decidió llevar a la clase de música un instrumento cuyo origen se remonta a los pueblos indígenas de la Amazonía sudamericana, este instrumento no requiere electricidad y no tiene cuerdas; tradicionalmente se hace de cactus, cuyas espinas se sacan, se muelen, y se introducen en una caña de bambú.

Mientras observaba a sus alumnos tratando de determinar qué hacer con aquella vara, le sorprendió que nadie se molestara en leer las instrucciones que había puesto sobre su escritorio, las cuales indicaban que había que moverlo delicadamente con un ritmo suave simulando el sonido de la lluvia en el bosque.  

Sin embargo, los alumnos seguían tratando de hacerlo sonar de maneras incorrectas, intentando lo que se les ocurría. Con el pasar de los minutos se cansaron, así que, frustrados y decepcionados, dejaron el instrumento nuevamente en el escritorio del profesor.

Posterior a esto, el profesor puso una música tranquila de fondo y con destreza empezó a mover el Palo de Lluvia de una forma tan delicada, que por un momento en el salón de clases todo se detuvo para oír aquel sonido tan particular.

Al pensar en esto me pregunto cuántas veces nos frustramos porque la vida no camina como esperamos. Seguimos tratando de hacer lo que nos parece correcto, pero todo continúa saliendo mal. En vez de seguir las instrucciones de la Palabra de Dios, una y otra vez intentamos salir adelante como a nosotros nos parece.

El Palo de Lluvia nos recuerda que no podemos esperar que nos vaya bien si ignoramos las instrucciones del Diseñador (Deuteronomio 4:40). La desobediencia divide a las personas entre sí y nos separa de Dios. Para cumplir su plan para este mundo y dar a conocer el camino para la salvación (Salmo 67:2), debemos seguir sus indicaciones sobre cómo vivir y trabajar juntos en paz.

  1. Cuando nuestra vida no anda bien, es probable que hayamos dejado de seguir el plan de Dios.
  2. ¡Hagamos un Alto!, la vida no siempre se trata de bullicio y carreras, tomemos un tiempo para sentir la suave brisa del viento y, si llueve, prestemos atención a las gotas que caen sobre la tierra y esparcen su frescura; nuestro andar con Dios en ocasiones demandará que nos tranquilicemos, sintamos y escuchemos la dulce voz de Dios hablando a nuestros corazones.

HG/MD

“Como ansía el venado las corrientes de las aguas, así te ansía a ti, oh Dios, el alma mía.  Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo iré para presentarme delante de Dios?” (Salmos 42:1-2).