Lectura: Salmos 24:1-10

Cuando Juan finalmente terminó sus estudios universitarios, rápidamente se colocó en una empresa de alta tecnología donde empezó a crecer gracias a su buen trabajo y esfuerzo, y por supuesto, a que Dios lo había puesto en alta estima ante los ojos de sus jefes.

Como creyente, Juan tenía un problema, acostumbraba a dar un porcentaje no muy grande de cuánto ganaba para la obra del Señor; pero, ese no era el problema, el verdadero inconveniente era lo que estaba haciendo con el resto de “su” dinero.

Juan estaba deslumbrado con el poder del dinero y lo que le permitía hacer, compraba cosas que necesitaba, pero la mayoría de ellas en realidad las compraba por capricho, literalmente estaba despilfarrando el esfuerzo de su trabajo en sí mismo y ahorrando muy poco.

Cuando un buen creyente vio la clase de vida que estaba llevando, muy amablemente le sugirió que evitara convertirse en una persona egoísta y derrochadora.  El joven rápidamente se puso a la defensiva y le respondió: “Sabes, el porcentaje de lo que doy a la iglesia equivale a lo que aportan 10 personas, el resto es mío, puedo hacer lo que yo quiera con él, yo me lo gané”. Con mucho amor el hombre le respondió: “Pero, sobre este tema la Biblia dice: “porque míos son todos los animales del bosque, los millares del ganado en mis montes” (Salmos 50:10). 

Dios nos permite administrar lo que nos confía y también nos exhorta a ser sabios con el manejo de nuestro dinero: “Porque el amor al dinero es raíz de todos los males; el cual codiciando algunos, fueron descarriados de la fe y se traspasaron a sí mismos con muchos dolores” (1 Timoteo 6:10).

Es algo muy bueno que destines una parte de tus ingresos a Dios, pero eso no significa que el resto lo debas malgastar, Dios te permitió ganar ese dinero para que lo uses bien, ahorres, compres lo que necesitas, seas compasivo con los que menos tienen y sabio a la hora de utilizarlo.

  1. No cometas el error de Juan, sé sabio con lo que Dios te ha bendecido, guarda para ti, compra lo que necesitas, ahorra para el día malo y sé generoso con la obra del Señor.
  2. Nunca lo olvides, ¡todo le pertenece a Dios!

HG/MD

“Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella; el mundo y los que lo habitan.” (Salmos 24:1).