Lectura: 1 Reyes 10:23-11:4

El invierno muchas veces es implacable y crudo, es como si la vida se detuviera por un lapso y nada sucediera, pero luego de esto, llega la primavera, cuando los frágiles retoños brotan de las ramas que parecían muertas.

En tan sólo unas pocas semanas lo que era un desierto blanco, se convierte en un paisaje de verde esperanza, combinado con las coloridas y perfumadas flores, lleno de sonidos de aves que se alegran al regresar de su migración forzada.

Algo muy similar es lo que nos encontramos en nuestra lectura devocional en 1 Reyes 10, la nación de Israel se encuentra estable, ha pasado por un crudo invierto y parece que todo va empezar a florecer para estas personas.  Salomón el sabio se ha convertido en rey y ha edificado una esplendorosa morada para Dios, son tiempos de paz y esperanza, todo parece ir bien.

Pero la historia no termina ahí, continúa, y nos encontramos con uno de esos “peros” que deseáramos no existieran: “Pero el rey Salomón amó, además de la hija del faraón, a muchas otras mujeres extranjeras: moabitas, amonitas, edomitas, sidonias y heteas…; sus mujeres hicieron que su corazón se desviara tras otros dioses” (1 Reyes 11:1,4).

Por desgracia la vida de las personas tiene mucha similitud con los ciclos de la naturaleza: “nacimiento y muerte, éxito y fracaso, pecado y confesión”. Y aunque somos incapaces de detener el reloj de la vida, sí podemos decidir cómo terminarla, ya sea desagradando a Dios o, por el contrario, fuertes asidos de su Palabra para poder decir como el apóstol Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera; he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7).

  1. El camino de la fe es largo y en ocasiones complicado, es por ello que jamás debes de separarte de Dios ya que las consecuencias pueden ser desastrosas.
  2. Inicia bien y termina aún mejor.

HG/MD

“Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día. Y no solo a mí sino también a todos los que han amado su venida” (2 Timoteo 4:8).