Lectura: Levítico 19:11-18

Una vez vi un reportaje sobre una compañía, que había implementado varias políticas poco tradicionales entre sus empleados, pero la que más me llamó la atención fue su política de “cero tolerancia” con el chisme. 

En ella se motivaba a los colaboradores a hablar y consultar directamente, con el fin de evitar malos entendidos, en lugar de andar murmurando sobre los compañeros de trabajo o de la empresa misma.  Si se descubría a una persona chismeando, le llamaban la atención una primera vez de manera verbal, si volvía a caer en la conducta, la llamada de atención era por escrito y si era sorprendido una tercera vez, era despedido.

Pero, mucho antes de que una compañía pusiera dentro de sus manuales este tipo de políticas, Dios ya la había implementado, a Él no le gusta ni el chisme, ni la calumnia dentro de su pueblo (Levítico 19:16).  No debían hablar mal de una persona, ni esparcir rumores de ella.

El rey Salomón también nos advirtió que hablar cosas indebidas de otras personas puede traer efectos nocivos, ya que destruye la confianza (Proverbios 11:13), separa a los amigos (16:28; 17:9), causa vergüenza, entristece a quienes son afectados (25:9-10), y aviva las brasas del odio y las peleas (26:20-22).  Cuando esto ocurre, sólo en muy pocas ocasiones la gente puede revertir el daño que producen sus palabras falsas en los demás.

  1. Roguemos a Dios para que no permita que nos involucrarnos en conversaciones que dañen el honor y buen nombre de otras personas.
  2. Cuidemos las palabras que salen de nuestra boca, y demos prioridades a las expresiones que alienten y resalten las virtudes de otros.

HG/MD

“Ninguna palabra obscena salga de su boca sino la que sea buena para edificación, según sea necesaria, para que imparta gracia a los que oyen” (Efesios 4:29).