Lectura: Efesios 4:1-6

Se cuenta la historia de un hombre que estaba perdido y solo en una isla tras un naufragio. Cuando sus rescatistas lo encontraron le preguntaron por qué había hecho tres pequeñas chozas en la isla, a lo que el hombre contestó: “Esta es mi casa y esa es mi iglesia”. Luego de hacer una pausa siguió con la tercera y dijo: “Esa es mi ex iglesia”.

Tal vez nos parezca muy graciosa esta historia, pero sin lugar a duda describe una cruda realidad muy común entre los creyentes y que apunta directamente a la unidad.

En el primer siglo la iglesia de Éfeso estaba formada por ricos y pobres, judíos y gentiles, hombres y mujeres, amos y esclavos. Y por supuesto, donde hay diferencias, también hay fricción. Ciertamente, una de las preocupaciones del apóstol Pablo era el tema de la unidad.

No obstante, observemos lo que declaró en Efesios 4:3. No les dijo que se esforzaran para producir unidad u organizarla, sino que fueran solícitos en “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz”. La unidad ya existe porque los creyentes comparten: un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, y un Dios y Padre de todos (vv. 4-6).

Entonces, ¿cómo guardamos la unidad? Expresando nuestras diferentes opiniones y convicciones con humildad, bondad y paciencia (v. 2). El Espíritu nos da el poder para reaccionar con amor hacia aquellos con quienes discrepamos.

  1. Seamos humildes, bondadosos y llenos de paciencia para con todos los que nos rodean, no somos náufragos solitarios sino miembros del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27).
  2. Señor, te pedimos tu ayuda para saber reaccionar con amor ante quienes nos adversan.

HG/MD

“Procurando con diligencia guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3).