Lectura: 2 Corintios 1:8-11

Era un día como cualquier otro, pero su final fue para olvidar.  Una mujer, a quien para efectos de este devocional llamaremos Sofía, vive en uno de esos países en los cuales no puedes decir abiertamente que eres creyente, y como en muchas ocasiones, esa noche fue a reunirse a escondidas como muchos otros que también viven su fe en iglesias secretas; sin embargo, ese día alguien decidió que era un mejor negocio traicionar a estas personas que seguir con ellas.

La policía llegó y los arrestó a todos.  Al final de un mes fueron liberados, excepto Sofía, ya que sólo ella decidió no negar su fe.  Al pensar en esta valiente mujer podemos preguntarnos, ¿qué podemos hacer por ella?

El apóstol Pablo también sufrió mucho a causa de su fe, y quería que otros supieran sobre esa posible realidad que implica seguir a Cristo, es por ello que escribió a la iglesia de Corinto sobre estas dificultades.  En algunas ocasiones fue tan fuerte la persecución, que pensaron que iban a perder sus vidas (2 Corintios 1:8).

Pero, él tenía algo que lo sostenía siempre, las oraciones de sus queridos hermanos y hermanas en la fe (v.11); a pesar de que los separaba la distancia y las condiciones, Dios siempre estuvo atento a sus oraciones.  De hecho, podemos ser parte del ministerio de una persona a distancia gracias al maravilloso regalo de la oración.

  1. Entonces, ¿hay algo que podemos hacer por personas como Sofía, que se encuentran en prisión, y también por otros que sufren debido a su fe? Por supuesto que sí, ora a Dios para que les lleve consuelo y esperanza, y puedan permanecer firmes.
  2. Al orar nos presentamos ante Dios y le exponemos nuestro corazón; no podemos ocultar nuestras verdaderas intenciones.

HG/MD

“Porque ustedes también están cooperando a nuestro favor con ruegos, a fin de que el don que se nos concedió sea para que muchas personas den gracias a nuestro favor” (2 Corintios 1:11).