Lectura: Romanos 2:1-10

El tener todos los regalos terrenales, placeres y beneficios de la vida, sin conocer al Dador de la vida celestial es ¡una tragedia de proporciones eternas! La Palabra de Dios enseña claramente que si no respondemos al regalo de la gracia de Dios mediante el reconocimiento de nuestra necesidad de un Benefactor Celestial, mostrará nuestra ingratitud y sólo asegurará nuestra perdición y miseria finales (Rom. 2:4-10).

El apreciar en sobremanera y el apropiarse ferozmente a los regalos menores de la vida, tan sólo demostrará nuestra falta de precisión a la hora de elegir, debemos preferir tener el mayor don de todos: Jesucristo.  El conocerlo de corazón es el núcleo de toda verdadera bendición. Toda la alabanza agradecida debe surgir de corazones que puedan exclamar, “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Cor. 9:15).

Hace algunos años en Alemania, un joven yacía en una mesa de operaciones. Un cirujano experto se puso de pie junto a él y un grupo de sus estudiantes estaban cerca. El cirujano dijo al paciente, “Si quieres decir algo antes de que te administremos la anestesia, ahora es su oportunidad, ya que debo advertirte de que pueden ser las últimas palabras que jamás pronunciarás en este mundo.”  El joven comprendió todo lo implicaba esto, ya que su lengua le iba a ser retirada debido a un cáncer. ¿Qué palabras debería elegir para esta ocasión? Después de una larga pausa, dijo: “Gracias a Dios por Jesucristo”

  1. ¿Puedes decir lo mismo?
  2. Para apreciar los muchos regalos de Dios, en primer lugar debes darle las gracias por su regalo más grande: la Salvación.

NPD/HGB