Lectura: Job 29:1-16

El poeta Shel Silverstein escribió un conmovedor poema titulado: “El joven y el viejo”.  En ese poema describe a un muchacho conversando con un anciano.

El joven dice: “A veces dejo caer la cuchara” “A mí también me pasa”, contesta el anciano.

“A menudo lloró, sigue diciendo el muchacho.  “También lo hago yo”, le contesta el viejo.

“Pero lo peor de todo, -continua el muchacho- es que los adultos no parecen prestarme atención”.  Justo en ese momento el joven siente el calor de una mano arrugada en su hombro.  “Conozco esa sensación”, le contesta el anciano.

Pero, ¿hemos experimentado realmente lo que han vivido esos dos?  ¿Somos como el patriarca Job, que era un hombre compasivo que ayudaba al desvalido? (Job 29:12-13).  Consideramos a Job un hombre bueno y piadoso (Job 1:8), porque mostró su amor a los demás, no sólo porque creía en Dios y oraba por su familia.  Job tenía la compasión de Cristo mucho antes de que Cristo caminara sobre esta tierra.

Las inquietudes del corazón del Señor no han cambiado.  Todavía pide a los que le han aceptado como Señor y Salvador, que sean instrumentos de Su amor para aquellos que necesitan ayuda (Mateo 22:39; Lucas 10:30-37; 1 Cor.13; 1 Pedro  3:8).

  1. Dios desea tocar las vidas de los demás por medio de ti y de mí.
  1. La gente que ama a Dios, ama también a la gente.

NPD/MRD