Lectura: 1 Pedro 2:18-25
En el año 64 d.C., alguien le prendió fuego a Roma. Unos cuantos días mas tarde, dos terceras partes de la ciudad yacían en ruinas humeantes. Se corrió el rumor que el emperador Nerón había iniciado el incendio porque quería reconstruir la ciudad y llamarla en su honor. Ya que necesitaba un chivo expiatorio para escapar, como se dice, de la guillotina, eligió echarle la culpa a una minoría indefensa e impopular: los cristianos. Luego, Nerón inicio una persecución tan intensa que se le llegó a conocer como el primer Anticristo. Se cree que tanto Pedro como Pablo sufrieron el martirio durante este periodo de tiempo.
Debido a que el cristianismo era algo nuevo y sus seguidores eran relativamente pocos, el tratamiento sádico con el que Nerón atacó a los creyentes, que incluía usarlos como antorchas humanas para alumbrar el jardín de su palacio, continuó con muy poca oposición.
Sin embargo, su persecución finalmente le fracaso. En vez de debilitar a la nueva fe, la fortaleció. La historia nos dice que en el transcurso de unos cuantos cientos de años, el cristianismo se hizo tan influyente que el Emperador Constantino lo convirtió en la religión oficial del Imperio Romano.
Dios siempre tiene un propósito en la persecución. La usará para bien si seguimos el ejemplo de Cristo, quien, “cuando le ultrajaban, se encomendaba a aquel que juzga con justicia” (1 Pedro 2:23). –
1. Se dice que los tiempos en que más crece la iglesia, tanto espiritual, como numericamente, es cuando esta es perseguida. ¿Estamos haciendo lo sufienciente para el Señor, como para que el enemigo se tome la molestia de atacarnos?
2. ¿Qué haz hecho esta semana por extender las buenas nuevas del evangelio en tu entorno?
NPD/JAL