Lectura: Lucas 23:1-12

La hija de un amigo está aprendiendo a conducir, y sin duda existen muchas historias que podrían surgir como resultado de todo ese proceso de aprendizaje, incluyendo sermones, sustos y alguno que otro raspón en la pintura del automóvil.  En una ocasión mi amigo le dijo a su hija: “Si alguien se te atraviesa de repente, mantén la calma.  No enojes al otro conductor.  Nunca sabes lo que podría hacer”; seguidamente me quedé pensando en las implicaciones de ese comentario.

Cuando yo estaba aprendiendo a conducir, nunca se hablaba de la “furia en carretera”, mucho menos de personas que llegaban al punto de matar a alguien tan sólo porque se le atravesó indebidamente en un cruce de carreteras.

Sin embargo, en nuestros días nos acompañan los ejemplos de “estallidos de furia” cada vez que salimos a las carreteras.  Y esto no se queda ahí, cada vez es más común ver golpes entre aficionados de equipos contrarios, o programas de televisión que transmiten “casos reales” de personas que se odian tan sólo por la existencia de otro.

Vivimos en días de furia, pero también podemos ayudar a resolver el problema, una persona a la vez.  Cuando somos los que recibimos la ira de otra persona, podemos responder con una respuesta blanda (Proverbios 15:1); cuando pensamos antes de reaccionar con enojo, podemos detener la ira en ese mismo instante.

Tenemos el ejemplo de nuestro Señor quien se mantuvo calmado ante las perversas acusaciones que recibió en su juicio (Lucas 23:1-12), es por ello que nosotros debemos imitar ese carácter de nuestro Señor, en esta época de ira en la cual vivimos.

  1. Pidamos dominio propio para enfrentar las acechanzas del enemigo.  “No les ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, quien no los dejará ser tentados más de lo que ustedes pueden soportar, sino que juntamente con la tentación dará la salida, para que la puedan resistir” (1 Corintios 10:13).
  2. El que controla su ira, controla a un enemigo poderoso.

HG/MD

“Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Timoteo 1:7).