Lectura: Salmos 133:1-3

Debido a la pandemia la mayoría de iglesias se vieron en la necesidad de transmitir sus servicios por medio de la internet, y eso permitió que permaneciéramos conectados en medio de una circunstancia muy difícil a nivel médico.

Gracias al Señor las condiciones han ido mejorando y hoy estamos volviendo a la nueva normalidad con presencialidad en las iglesias.  Sin embargo, esta situación le presenta a muchas iglesias un problema, la preocupación de que la tecnología le esté facilitando demasiado las cosas a sus miembros, haciendo que apenas tengan que levantar un dedo para participar en la iglesia.

La tecnología en sí misma no es mala. El internet y las redes sociales tienen todo tipo de sitios fantásticos y llenos de recursos muy útiles para el crecimiento, para tener nuevas ideas a la hora de compartir el evangelio, y para que personas enfermas o con poca movilidad puedan acceder a los servicios de la iglesia.

De hecho, durante años, los creyentes hemos aprovechado los desarrollos tecnológicos. Primero fue la radio, luego la TV, después las películas y más recientemente el internet, lo cual fue muy bueno para la difusión del evangelio.

Pero, podemos equivocarnos como creyentes al utilizar solamente los medios digitales para crecer en nuestra fe, la cual implica un costo y está bien que así sea (Mateo 8:18-22).  Renunciar a nosotros mismos es el único camino para alcanzar las más grandes bendiciones al seguir a Jesús (Mateo 16:24–26). Por el camino de menor resistencia y fácil no se llega muy lejos (Mateo 7:13-14).

  1. No permitas que la virtualidad te robe las bendiciones de estar presencialmente con tu familia en la fe, a menos que tengas una limitante que en verdad lo impida.
  2. Si estás utilizando la tecnología a tu alcance para disponer de los recursos y vivir para Jesús plenamente y de esta forma compartir tu fe, ¡maravilloso!  Pero, si sólo te da otra razón para sentarte en el sofá, pues es tiempo de desconectarte de la virtualidad y conectarte a la realidad.

HG/MD

“¡He aquí, cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos habiten juntos en armonía!” (Salmos 133:1).