Lectura: Salmo 25:4-10

En el invierno, la carretera que rodea la ribera sur del lago Michigan puede ser traicionera. Un fin de semana, mientras regresábamos en automóvil desde Chicago a Grand Rapids, una acumulación de hielo y nieve hizo disminuir la velocidad del tránsito, provocó muchos accidentes y casi duplicó el tiempo de nuestro viaje de vuelta. Nos sentimos aliviados cuando salimos de la autopista para tomar el camino a casa. En ese momento, mi esposo exclamó a viva voz: «Gracias, Señor. Creo que ahora ya puedo seguir solo».

En cuanto terminó de decir esas palabras, el coche hizo un trompo de 180 grados. Cuando se detuvo, y con el corazón saliéndose de nuestro pecho, lo único que podíamos imaginarnos era a Dios diciendo: «¿Estás seguro?»

¿Por qué a veces tratamos de andar solos por la vida cuando podemos acudir a Dios todo el tiempo? Él dijo: «He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por dondequiera que fueres» (Génesis 28:15). Y también nos asegura: «No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13:5).

El matemático, teólogo y predicador escocés Thomas Chalmers (1780–1847) escribió: «Cuando voy por el sendero, Él esta conmigo. Cuando estoy acompañado, aunque yo no lo recuerde para nada, Él nunca se olvida de mí. […] Vaya donde vaya, Él me cuida, me vigila y me protege».

1. ¡Qué consuelo saber que Dios siempre está conmigo, que no necesitamos andar por la vida solos!

2. La presencia de Dios da gran consuelo.  Brindemos con nuestro testimonio, para sirva también de consuelo a otras personas.

NPD/CHK