Lectura: Isaías 31:1-5

Si uno observa a los leones en estado natural parecen animales inofensivos.  Es hermoso verlos como juegan entre ellos, como beben tranquilamente en los arroyos, la forma en la que caminan sin prisa por el terreno seco y lleno de matorrales como si tuvieran todo el tiempo del mundo, y como se acercan a los árboles para rascarse; en ocasiones se les puede ver pasando la cabeza junto a ramas de pequeños arbustos como si estuvieran tratando de peinar sus magníficas melenas.  Incluso muchas veces el único momento donde se les pueden ver los dientes es cuando bostezan.

No obstante, ese aspecto tranquilo es muy engañoso.  La razón por la cual pueden estar tan relajados es porque no tienen nada a qué temerle, ni escasez de comida, ni depredadores naturales. Los leones parecen ser animales perezosos e indiferentes, pero son de las especies de animales más fuertes y feroces que existen en la sabana africana. Con un solo rugido, hacen que todos los demás huyan para protegerse.

Hay momentos cuando también parece como si Dios estuviese paseándose, no lo vemos actuar, y podemos llegar a la equivocada conclusión de que no está haciendo nada.  Hasta algunos se burlan de Él, diciendo que no existe.  Y seamos sinceros, algunas veces nos hemos preguntado por qué no se defiende.  Es por ello que al leer Isaías 31:4, entendemos la razón, ya que Dios: “no temerá de sus voces ni se agachará ante el tumulto de ellos”.  Dios no tiene nada de que temer, con una imponente voz, más poderosa que todos los rugidos de leones juntos al unísono, hará temblar a sus burladores y estos huirán como ratas.

  1. Si alguna vez nos hemos preguntado, por qué Dios no está ansioso y nosotros sí, es porque Él siempre tiene todo bajo su control, es por ello que debemos aprender a confiar más en Él.
  2. Bendito sea el León de la Tribu de Judá: Jesús (Apocalipsis 5:5).

HG/MD

“Antes que nada, oh hombre, ¿quién eres tú para que contradigas a Dios? ¿Dirá el vaso formado al que lo formó: “¿Por qué me hiciste así?” (Romanos 9:20).