Lectura: Salmos 85:1-13

Recuerdo una vez que me levanté muy temprano para iniciar trabajos de reparación en el techo de mi casa, pero cuando salí descubrí que había una densa neblina que cubría todo el pueblo, la cual limitaba la visibilidad a tan sólo unos cuántos metros, estaba todo mojado y tuve que descartar la idea de reparar el techo ese día. 

No obstante, haber madrugado ese día no fue en vano, ya que mientras guardaba los instrumentos de trabajo, miré hacia el este y allí en el fondo pude ver como se levantaba el sol esplendoroso con toda su luminosa potencia; pronto iluminó la neblina, su calor empezó a disiparla y sin más ya no había más neblina, los árboles y plantas estaban llenos de gotas de agua que brillaban como diamantes al reflejar el sol.

Me senté un buen rato, y olvidé por completo la frustración por el trabajo que se había cancelado, vi en esa salida del sol mi propia experiencia, ya que una vez yo también viví en medio de la densa neblina del pecado que no me dejaba ver más adelante; me encontraba perdido y confundido, hasta que el Sol de Justicia (Malaquías 4:2) salió y alumbró mi corazón con Su luz perfecta.  Lo primero que pude vislumbrar fue la esperanza, y luego Aquel que es Todopoderoso, disipó con su poder y amor todas mis dudas y temores.

  1. Con esa nueva vida en nosotros hemos de brillar como aquellas gotas de rocío reflejando Su luz y Su gloria, a medida que “andamos en luz” (1 Juan 1:7), haremos que otros puedan ver y entender que ellos también pueden salir de la neblina del pecado, a la vida eterna en Jesús.
  2. Los creyentes son como gotitas a través de las cuales puede brillar la gloria de Jesús.

HG/MD

“Como el agua refleja la cara, así el corazón del hombre refleja al hombre”. (Proverbios 27:19).