Lectura: Éxodo 12:1-20

Aquel día no fue como cualquier otro, había una mezcla de emoción y temor, los niños no sabían muy bien lo que estaba ocurriendo. Las últimas semanas no habían sido normales, habían sido testigos en primera fila, de eventos nunca antes vistos, el gran río se había convertido en sangre, y un sinnúmero de maravillas y plagas habían ocurrido.

Pero ese día había sido diferente, sus padres prepararon corderos, y hacían preparativos para una cena, habían rociado los postes y dinteles de las casas con la sangre de los corderos.  Todos estaban asustados y contaban lo que habían oído del viejo, quien les había prometido que iban a salir de aquella tierra de esclavitud, gracias a la misericordia de Su Dios.  El Señor pasaría por aquella tierra y mataría a todos los primogénitos de las casas que no estuvieran marcadas con sangre en sus entradas.

Esa noche, todos los que habían prestado atención al viejo Moisés, estaban en sus casas, no salieron, ni visitaron a nadie, los lugares donde socializaban estaban vacíos y a la hora de la cena se prepararon para consumir el asado de cordero, las hierbas amargas y el pan sin levadura.  Aquella noche ninguno durmió.  Al fin llegó la medianoche; lamentos y gritos, llenaron las calles de todo Egipto.  Esta era la última plaga, la definitiva, el Faraón ordenó liberar a todo el pueblo y permitió que se llevaran consigo sus posesiones y tesoros, finalmente los 430 años de esclavitud habían acabado, y empezarían una nueva historia.

Para los que hemos creído en Cristo, la historia de la esclavitud en Egipto representa la figura del yugo del pecado del cual hemos sido liberados, gracias al sacrificio del Cordero de Dios: Jesús.  Nuestra pascua: “Cristo, nuestro Cordero pascual, ha sido sacrificado”.  El manchar las entradas con sangre del Cordero, habla del acto de fe al creer en Jesús y Su sacrificio perfecto.

  1. Si aún no has experimentado el gozo que viene con la salvación al poner tu fe en Jesús, este puede ser el día, ¿qué esperas?

 

  1. Cristo el Cordero sin mancha quien murió y resucitó para salvarnos, ahora es el Señor que vive para guiarnos.

HG/MD

“Porque Cristo para esto murió y vivió, para ser el Señor así de los muertos como de los que viven” (Romanos 14:9)