Lectura: Efesios 2:1-10

El grupo de amigos venía planeando este viaje desde hacía ya muchos meses, pero Raquel estaba especialmente emocionada ya que esta sería su primera experiencia en los rápidos, así que escuchó con mucha atención la charla de seguridad de los guías del tour operador que los iba a acompañar.

Con la adrenalina al tope, Raquel subió al bote, y se lanzó a la aventura junto con sus amigos y el grupo de guías que los acompañaban.  Pero, justo cuando pudo ver las primeras aguas rápidas, su nerviosismo subió tanto que olvidó los consejos y técnicas de supervivencia recibidas, así que cuando recién empezaban los rápidos, cayó al agua.

Su desorientación era tanta que no podía distinguir arriba y abajo, tan sólo sabía que estaba debajo del agua, su cuerpo golpeaba con fuerza contra las rocas, no sentía el suelo, en su interior sabía que no podría mantener por mucho más tiempo la respiración; por un momento pensó que ese sería su fin y que pronto estaría en la presencia del Señor.

Sin embargo, justo antes de darse por vencida, la ayuda llegó; se trataba de la mano de uno de los guías quien la tomó con fuerza y la sacó para que pudiera respirar.  Sin duda, Raquel le debía la vida a aquella persona, había sido rescatada de una muerte física casi segura.

De cierta forma, en algún momento de nuestra vida todos estuvimos en la misma condición que Raquel, pero nuestra situación era peor, no había ningún rescatista humano que nos pudiera liberar, y cualquier forma que intentáramos fracasaría.  Dios envió a su Hijo Jesús en el momento justo y preciso, Él era el único rescatista capacitado y con la fuerza para salvarnos, y lo hizo mediante su propia muerte en la cruz y su posterior resurrección (Romanos 5:8; Efesios 2:5), pero, ¿por qué lo hizo?  Porque Él es rico en misericordia y Su amor es inconmensurable (Efesios 2:4).

  1. Así que, impulsado por tu gratitud, también puedes contarles a otros sobre el Salvador que necesitan con desesperación.
  2. No tienes que seguir luchando solo en las aguas mortales, tienes a Jesús a la distancia de una oración; solamente reconoce tu necesidad de ser rescatado por Él.

HG/MD

“Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia son salvos!” (Efesios 2:4-5).