Lectura: Hechos 16:16-29

En el año 1984, Benjamin Weir (1923-2016), quien servía al Señor como misionero en el Líbano, fue secuestrado y lo mantuvieron como rehén durante 16 meses bajo pésimas condiciones.  Durante su primera entrevista a la prensa, le preguntaron cómo pasaba su tiempo, cómo resistió durante tanto tiempo y cómo no se desesperaba.

La respuesta de Weir sorprendió mucho a su entrevistador, él dijo: “Contaba mis bendiciones”.

“¿Bendiciones?” Esa fue la reacción, “Sí” fue la respuesta.  “Algunas veces podía ver el sol, en otras ocasiones podía ducharme, a veces había vegetales en mi comida, pero algo que podía hacer siempre era agradecer por el amor de mi familia, aunque estuvieran a mucha distancia”.

Es comprensible la reacción de sorpresa de los periodistas.  Es muy difícil para nosotros ser agradecidos todo el tiempo por las pequeñas bendiciones que damos por sentadas, como la luz, el abrigo de nuestros hogares, tener la posibilidad de pasar tiempo con nuestros seres queridos.  La mayoría de las veces solemos olvidar las maravillosas misericordias de la gracia inmerecida de Dios.

En nuestra lectura devocional nos encontramos con Pablo y Silas, quienes fueron golpeados, encarcelados y puestos en un cepo; pero también nos encontramos con un hecho sorprendente, a pesar de toda la rudeza e injusticia con la que fueron tratados, ellos “estaban orando y cantando himnos a Dios” (Hechos 16:25).

  1. Debemos aprender de Pablo y Silas, y también de Bejamin Weir; aprendamos a contar nuestras bendiciones sin importar nuestras circunstancias, ya que también tenemos muchas razones para regocijarnos.
  2. La alabanza a Dios surge naturalmente si te acostumbras a ser agradecido por tus bendiciones.

HG/MD

“Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:18).