Lectura: Salmos 3:1-8
Un maestro quería enseñarles a sus alumnos un principio que les ayudaría por el resto de sus vidas, entonces solicitó un voluntario entre el grupo; aunque varios levantaron su mano, escogió a la persona que parecía más fuerte.
El maestro tomó un vaso grande con agua e instruyó al alumno para que lo sostuviera manteniendo el brazo extendido, y le dijo que no podía cambiar la posición del brazo. Finalmente, al muchacho se le cansó la mano y tuvo que apoyar el brazo. Cuando esto sucedió, el maestro le indicó al grupo: “La preocupación es como sostener ese vaso. Cuanto más me preocupo por algo, más me agobian los miedos y más peso siento sobre mi”.
El rey David conocía muy bien el temor. Toda su vida estaba hecha un caos. Su hijo Absalón había intentado usurpar su lugar e intentaba quitarle el trono. No sabía quién estaba de su lado ni a quién tenía en contra. Al parecer, la única opción que le quedaba era salir corriendo. Les dijo a sus siervos: “… Levántense, y huyamos, porque no podremos escapar ante Absalón. Dense prisa a partir, no sea que apresurándose nos alcance, eche sobre nosotros el mal y hiera la ciudad a filo de espada” (2 Samuel 15:14).
En el salmo 3, el cual probablemente David escribió mientras huía para que no lo mataran, declaró: “Con mi voz clamé al Señor, y él me respondió desde su santo monte” (Salmo 3:4). En medio del temor David buscó al Señor y Él le mostró su gracia y lo restauró en el trono.
- Por supuesto hay muchas preocupaciones que pueden agobiarnos, pero, cuando las dejamos en las manos poderosas de Dios, Él nos ayuda a atravesar las pruebas.
- Siempre es un buen momento para buscar y depositar nuestra fe en Dios.
HG/MD
“Yo me acosté y dormí. Desperté, porque el Señor me sostuvo” (Salmos 3:5).