Lectura: 2 Corintios 2:17-3:6

En ocasiones algunas personas me han pedido que les escriba cartas de recomendación para aspirar a un trabajo, o para entrar a un centro de educación superior.  Cuando me lo han pedido, he tenido la oportunidad de elogiar el carácter y cualidades de las personas recomendadas.

También, en el pasado era muy común que las personas llevaran cartas de recomendación consigo cuando viajaban, y entre los primeros creyentes era una práctica muy común, ya que cuando un creyente viajaba a otra ciudad, esto le aseguraba que en las iglesias locales iba a ser recibido con mucha hospitalidad.

En el caso del apóstol Pablo, él no necesitó de una carta de recomendación; cuando habló en la iglesia en Corinto ellos lo conocían muy bien.  En su segunda carta, les escribió que predicaba el evangelio con sinceridad y que nunca buscó ganancias personales (2 Corintios 2:17).  Y es por esto que no las necesitó, ya que los creyentes corintios eran sus cartas de recomendación.  La obra de Dios en sus vidas era como una carta “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo” (3:3).  Ellos eran el testimonio viviente del evangelio auténtico que el apóstol Pablo había predicado, y es por eso que les decía: “Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos los hombres” (3:2).

  1. Al conocer a Jesús como nuestro Señor y Salvador, nuestras vidas relatarán como cartas abiertas la historia verdadera del evangelio.
  2. Señor, en estos días de fiestas navideñas, permite que otros puedan ver a Jesús en nuestras vidas y obras.

HG/MD

“Ustedes son nuestra carta, escrita en nuestro corazón, conocida y leída por todos los hombres” (2 Corintios 3:2).