Lectura: Isaías 1:12-18

Hay días en los cuales los pequeños despiertan con su energía al 1000%, y ese fue el caso de David, quien estaba pasando unos días de verano en la casa de sus abuelos.

El niño con el cachorro de perro ovejero de sus abuelos, bajaba y subía por las escaleras de madera, y luego salía al pórtico para retornar a la cocina a comerse un par de galletas recién hechas por su abuela.  En una de esas corridas, y por descuido, derribó un jarrón de cerámica que su abuela apreciaba mucho.

Su abuelo fue a la sala para ver qué había pasado y se encontró a David, al jarrón quebrado en mil pedazos y al perro juguetón a su lado, y preguntó: “¿qué pasó?”  Por un momento David vio al perro, luego vio a su abuelo y tuvo la tentación de culpar al animal, pero no lo hizo, aceptó su error y juntos fueron a disculparse con su abuela.

En Isaías 1, Dios confrontó a su pueblo por las malas acciones que estaban haciendo: sobornos, injusticias, oprimían a viudas y huérfanos, todo para tener ganancias materiales.

Él le pidió a su pueblo que confesara su pecado y abandonara el mal camino por el cual estaban caminando “Vengan, pues, dice el Señor; y razonemos juntos: Aunque sus pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos.” (Isaías 1:18).

Dios desea que seamos sinceros con respecto a nuestros errores, que los aceptemos y nos arrepintamos para brindarnos su amoroso e inmerecido perdón.  Tal como lo indica el apóstol Juan “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)

  1. Gracias Señor, ya que debido a tu misericordia podemos comenzar de nuevo.
  2. Reconoce hoy mismo tus errores, tus pecados y pide perdón a Dios a quien has ofendido, te sorprenderás de la respuesta de nuestro Señor.

HG/MD

“Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: “Confesaré mis rebeliones al Señor”. Y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmos 32:5).