Lectura: Hebreos 11:13-16, 39-40

A mediados de los años 80’s, en medio de la guerra fría, un hombre tenía un negocio como guía de turismo mediante el cual llevaba a grupos de viajeros a Europa.  Dentro de su itinerario estaban las Alemanias, occidental y oriental; al pasar por la frontera de Alemania oriental (comunista), las personas tenían que mostrar sus pasaportes y pasaban por una revisión exhaustiva de los equipajes; la inspección era tan amplia que duraba entre 3 y 4 horas.

Este hombre siempre les hacía a sus viajeros una advertencia: “Recuerden, no hay consulado estadounidense en Alemania oriental, por lo que no pierdan sus pasaportes, ni sus documentos de entrada”. Los turistas debían comprender el mensaje: queremos su dinero, no los queremos a ustedes.

Como creyentes, en ocasiones nos sentimos así con respecto a este mundo al que no pertenecemos.  La Biblia nos enseña de forma muy clara que somos “peregrinos y extranjeros en la tierra” (Hebreos 11:13).  Somos ciudadanos de una tierra mucho mejor (Hebreos 11:16).  Por más que amemos nuestra tierra natal, nunca nos sentiremos totalmente en casa mientras estemos aquí.

Pero, ¿cómo debemos lidiar con el hecho de que somos peregrinos y que sólo estamos en esta vida de forma temporal?  La respuesta es sencilla, mira a Jesús y sigue su ejemplo (1 Corintios 11:1).  A Él tampoco lo quisieron en este mundo.  Cuando dejó su verdadero hogar en los cielos, para participar de nuestra humanidad, se convirtió también en un peregrino, así que te entiende perfectamente.

  1. Jesús nuestro Señor un día nos dará la bienvenida a nuestro verdadero hogar.
  2. La vida cristiana es una peregrinación, no una excursión..

HG/MD

“Amados, yo los exhorto como a peregrinos y expatriados, que se abstengan de las pasiones carnales que combaten contra la vida” (1 Pedro 2:11).