Lectura: Levítico 16:5-22
A todos nosotros posiblemente nos han culpado por haber hecho algo incorrecto, y en algunos casos seguramente tuvieron la razón para hacerlo.
Todos y cada uno de nosotros hemos pecado y fracasado, además posiblemente debido a nuestros errores hemos causado tristeza, ansiedad e inconvenientes a amigos, familiares y seguramente, a desconocidos también.
No obstante, también es cierto que, en algunas ocasiones nos han atribuido malas acciones que no hemos cometido. Además, por supuesto, hemos estado del otro lado, culpando a otros. Entonces ya sea que seamos culpables o no, desperdiciamos mucho tiempo y energía mental tratando de encontrar a alguien que asuma la culpa en nuestro lugar y la responsabilidad que nos pertenece.
Nuestro Señor Jesús nos ofrece una manera mejor de tratar con la culpa. Aunque Él era impecable, cargó sobre sí el pecado del mundo (Juan 1:29). Solemos referirnos al Señor como el cordero del sacrificio, pero Él fue también el chivo expiatorio final de todo lo malo del mundo (Levítico 16:10).
En el momento que reconocemos nuestro pecado y aceptamos la oferta de salvación de Jesús, ya no tenemos que cargar con el peso de esa culpa. Podemos dejar de buscar a alguien a quien culpar por nuestras malas acciones y en lugar de ello tender puentes de perdón hacia las personas que nos han dañado o con quienes hemos dañado debido a nuestras acciones.
- Gracias Señor Jesús porque nos has liberado de la culpa.
- La redención ofrecida por nuestro Señor Jesús es completa y perfecta, puedes estar seguro al depositar tu fe en Él.
HG/MD
“Al día siguiente, Juan vio a Jesús que venía hacia él y dijo: ¡He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29).
0 comentarios