Lectura: Gálatas 2:15-21

Con el auge del estilo de vida saludable, muchas personas han decidido realizar ejercicios como correr, andar en bicicleta o nadar, pero un día a alguien se le ocurrió combinar estas tres actividades y nacieron los triatlones.

Aunque existen muchos tipos de competencias, las más famosas y demandantes son los Ironman (hombre de hierro), las cuales consisten en nadar casi 4 km (2.4 millas), recorrer 180 km (112 millas) en bicicleta y correr 42 km (26.22 millas).  Son de las competencias más exigentes del mundo cuyo tiempo ronda entre las 10 a 12 horas de actividad física continua.

Como muchas otras actividades, hay historias que nos impactan, como la de Dick Hoyt y su hijo Rick quien tenía limitaciones físicas, razón por la cual, en las competencias de nado, Dick utilizaba una pequeña balsa para llevar a su hijo, luego en la parte de bicicleta, tenía un compartimiento para que su hijo fuera cómodamente sentado, y en la parte de correr lo llevaba en una silla de ruedas; eran conocidos como el equipo Hoyt.

Hace un par de años, antes de morir por causas naturales, Dick tuvo un problema con su corazón, y el cardiólogo le dijo que, gracias al estilo de vida saludable se había salvado de padecer este problema 15 años atrás, así que ambos se vieron beneficiados por su actividad física.  Llegaron a realizar 257 triatlones, 6 Ironman, 72 maratones, entre otras muchas competencias.

Al ver esta historia, podemos hacer un paralelismo con nuestra vida espiritual, tal como Rick estaba supeditado a su padre, nosotros también dependemos de Jesús para completar nuestra carrera espiritual. Por más que nos esforcemos y tengamos las mejores intenciones, siempre tropezaremos con alguna situación o pecado que nos impedirá alcanzar nuestras metas más importantes y trascendentales, es en ese momento que debemos pedir ayuda a Dios, Él está a la distancia de una oración sincera y desea ser parte de la carrera de vida que tenemos por delante.

  1. No podemos terminar la carrera cristiana apoyándonos sólo en nuestra fuerza. Tenemos que hacerlo dependiendo del Espíritu Santo quien vive en nosotros.
  2. Seamos humildes, reconozcamos nuestra dependencia de Dios, así que oremos más y quejémonos menos.

HG/MD

“Con Cristo he sido juntamente crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios quien me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).