Lectura: Filemón 1:4-16

Un amigo me contó su experiencia al visitar la famosa isla de Alcatraz, en la bahía de San Francisco, y en la cual operaba una cárcel de alta seguridad.

Mientras el barco atracaba en el muelle, pudo ver la magnitud de esta cárcel que era conocida como “la roca”; ya dentro de la cárcel, hicieron un recorrido por las celdas, algunas con forma de jaula y donde en su momento estuvieron detenidos personajes como Al Capone.

Pero hubo una circunstancia que lo impresionó más que cualquier otra durante su recorrido, al entrar en una celda vacía, pudo ver tallado en la pared el nombre: “Jesús”, y en otras habían escritos algunos versos bíblicos. Esas sencillas palabras hablaban del mayor de los anhelos: la libertad, y más al estar en una situación como la que vivieron las personas recluidas para cumplir condenas en este recinto de corrección.

El apóstol Pablo también experimentó esa libertad mientras esperaba ser ejecutado. Él se refería a sí mismo como: “prisionero de Cristo” (Efesios 3:1), pero en lugar de deprimirse y llorar al estar en esta situación, optó por ayudar a otros presos a descubrir la maravillosa libertad y perdón que podían encontrar en Jesús, y un fruto de ese encarcelamiento fue Onésimo (Filemón 1:10).

  1. Esperamos que no te encuentres pasando por una situación que ponga en riesgo tu libertad física, pero todos de alguna forma estuvimos condenados y nuestra pena final era la muerte, sin embargo, gracias a Jesús, pudimos ser verdaderamente libres del pecado.
  2. No tienes que llegar a las cadenas del encarcelamiento para empezar a compartir tu fe, puedes iniciar hoy a compartir la libertad que se encuentra en Cristo.

HG/MD

“Intercedo ante ti en cuanto a mi hijo Onésimo a quien he engendrado en mis prisiones” (Filemón 1:10).