Lectura: Juan 7:37-44

No sé si has tenido el privilegio de ver la naciente de un arroyo en un bosque o en una montaña. Resulta increíble ver como el agua subterránea brota limpia y fresca, llenando de vida los alrededores por donde se desliza en su recorrido zigzagueante, por rocas, laderas y valles, rumbo a su destino final en algún lago u océano, refrescando la sed de personas y criaturas.

El agua sustenta la vida y calma la sed de quien la toma.  En la Biblia muy a menudo se utiliza el agua como un ejemplo de la suficiencia del Espíritu Santo.

Durante el ministerio de Jesús en esta tierra, durante la fiesta de los Tabernáculos, parte de la celebración consistía en entonar cantos, mientras el sacerdote llenaba un jarro de oro con agua y lo vaciaba.  Esto se hacía como un recordatorio para los presentes, del agua que salía a borbotones de la roca durante el deambular del pueblo de Dios en el desierto (Números 20:8-11).

En el momento justo en que se realizaba este recordatorio, nuestro Señor se puso en pie y dijo en voz alta: “El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su interior” (Juan 7:38).

Estos ríos representan al Espíritu Santo, quien es como una fuente que rebosa desde el corazón de los creyentes continuamente (Juan 7:39), debido a que ahora somos sus hijos e hijas (Juan 4:14).

  1. Si tu alma tiene sed espiritual, reconoce hoy tus errores y confía en el perdón de Jesús, Él saciará tu alma con agua que nunca se acaba.
  2. Sólo Jesús, el Agua Viva, puede apagar tu sed espiritual para siempre.

HG/MD

“El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su interior” (Juan 7:38).