Lectura: Cantares 8:6-7

En tiempos pasados era muy normal que los poblados se establecieran a la orilla de corrientes de aguas conocidas, como, por ejemplo: ríos, riachuelos o lagos.

Y en este caso no fue la excepción, cuando vieron aquel valle los colonos se maravillaron debido a su verdor y porque tenía un pequeño río que cruzaba en medio de aquel hermoso sitio, así que decidieron instalar sus hogares en aquel lugar paradisiaco.

Para facilitar el traslado de y hacia los diferentes puntos del valle, construyeron un puente que les permitía cruzar fácilmente de un lado al otro, todo esto aconteció en verano; sin embargo, meses más tarde, durante una lluviosa tarde de invierno las condiciones cambiaron y lo que antes era un calmado riachuelo, se convirtió en un tormentoso y caudaloso río, el cual finalmente arrasó con el puente que con tanto esmero habían construido.

Las corrientes de aguas tienen el poder de arrastrar y destruir todo lo que encuentran en su camino.  Pero, hay algo que ni aun la peor inundación podrá destruir, me refiero al amor.  Tal como lo registra Cantares 8:7: “Las poderosas aguas no pueden apagar el amor ni lo pueden anegar los ríos”.  A pesar de que el mundo haya tratado de pervertir la pureza del amor, si en verdad queremos experimentar el amor en su plenitud, tenemos que ir a la raíz del amor que es Dios mismo.

Es por eso que cuando nos parezca que todo está perdido y que la decepción se apodera de todas las áreas de nuestra vida, debemos de levantar nuestra cabeza y buscar a quien en verdad nos sostiene, nos ayuda y nos recuerda que está ahí para amarnos y abrir sus brazos para recibirnos como al hijo pródigo (Lucas 15:11-32).

  1. Gracias Señor porque tu amor nos consuela aun en la peor de las tormentas.
  2. Dios te ama, de eso puedes estar seguro.

HG/MD

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en expiación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10).