Lectura: Romanos 12:3-21

Cuando Sam llegó a la edad de jubilación, todas las personas que lo conocieron en la gran empresa en que trabajaba, dijeron con respecto a él: “En lo que respecta a ser el #2, él era el número #1”; decían esto debido a que por muchos años Sam ocupó puestos de asistencia para diferentes directores corporativos, quienes por cierto estaban muy agradecidos con él, cuando llegaban al final de sus nombramientos, ya que se convirtió en una parte fundamental de su gestión.  Mientras la mayoría luchaba por llegar a puestos más altos, Sam, estaba contento con su papel secundario.

Al pensar en la historia de este hombre, recuerdo cómo el apóstol Pablo, quien dio instrumentos muy específicos con respecto a cómo ejercer nuestros dones como miembros del cuerpo de Cristo (Romanos 12:3-10), reafirmó el valor de los papeles secundarios.

En estos pasajes él inicia diciéndonos que en nosotros debe imperar la moderación (v.3), y concluye con un llamado a mostrar a otros un amor genuino y sin egoísmos: “Ámense los unos a los otros con amor fraternal, respetándose y honrándose mutuamente” (v.10), por ahí alguno diría: a estar dispuestos a que otra persona reciba los reconocimientos.

Los dones que hemos recibido del Señor, son un regalo inmerecido de Dios y deben usarse para servirle a Él y a las personas que nos rodean; nunca deben servir para atraer hacia nosotros un reconocimiento personal.

  1. Señor danos la capacidad para vivir este camino de manera humilde, sin importar que nuestro papel sea secundario o un poco más llamativo.
  2. Nuestra meta suprema es hacer todo para la gloria del Señor y nunca para la nuestra.

HG/MD

“El amor debe ser sincero. Aborrezcan el mal; aférrense al bien” (Romanos 12:9).